domingo, 26 de septiembre de 2010
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viernes, 27 de agosto de 2010
Guiados
domingo, 22 de agosto de 2010
And who does it?
miércoles, 11 de agosto de 2010
Los Mareados
sábado, 7 de agosto de 2010
El niño de sus ojos
Miraba a todos lados, nervioso. Si hubiera tenido un poquito más de experiencia, se habría dado cuenta de que la imagen que estaba ofreciendo no podía ser más sospechosa. Camisa rosada pálida metida dentro de los pantalones grises de tela, veston gris con finísimas líneas negras que lo surcaban de arriba hacia abajo, corbata roja oscura, más bien conchevino, de nudo mediano, prolijo rostro afeitado de veinteañero, pelo negro peinado con algún producto de fijación, ojos café observando todos los autos, todos los pasajeros con una impaciente mirada. Y como guinda de la torta, en una esquina, en un barrio viejo, ni tan popular, ni tan tranquilo, ni tan adecuado para ver a un chicuelo vestido tan elegante nervioso a eso de las ocho de la tarde parado en una esquina, moviendo de aquí para allá sus zapatos negros brillantes de tanto lustrado. “No lleva flores, pues. Por eso tan nervioso” pensó para sus adentros una señora que pasó a su lado cargando la bolsa del pan.
El grupo de chicos que estaba sentado en la esquina del pasaje, apenas a unos veinticinco metros más allá, lo tenía en la mira hace rato. No habían perdido un detalle de sus movimientos, y se hablaban entre ellos sobre lo que podrían hacerle si pasaban unos minutos más. Él evitaba mirar hacia allá, concentraba todos sus escrutinios en los pocos autos que pasaban. Ya se habían levantado de donde estaban el grupo de chicos, acercándose lentamente, cuando un auto modelo TS Coupe de color café llegó hacia donde estaba él. Aliviado, se subió de inmediato. Pasaron frente al grupo de chicos, que lo observaron del otro lado de la ventanilla, serios y desafiantes.
- Nos demoramos mucho? -. Preguntó el chofer.
- No, casi nada -. Respondió él, consciente de que esa era la respuesta correcta.
La radio sonaba con alguna mierda de reggaetón, mientras el chofer y el copiloto hablaban de lo que habían hecho la noche anterior. El tipo que estaba al lado de él, era el amigo que lo había invitado a participar.
- ¿Estás nervioso? -. Le pregunto su amigo, que también iba elegantemente vestido.
- Un poco.
- Sí, yo también. Acuérdate lo que hablamos antes, si pasa algo malo -. Le recordó en voz baja.
“Algo malo” significa básicamente si los atrapaban. La policía había detenido hace dos semanas y media a un grupo de muchachos (y no tan muchachos) como ellos cuando desbarataron a una red que ofrecía, según declaró la Fiscalía a los medios, “un servicio que repudia a la moral y el interés público”. Y “lo que habían hablado antes” significaba la conversación que tuvieron al momento en que le ofrecieron al nervioso chico de terno gris subirse al auto. “Nosotros no sabíamos adonde nos llevaban, tenemos que decir, o sino algo así como que pensábamos que íbamos a un cabaret, no sé” le había explicado su amigo. El chofer los observó por el espejo retrovisor. Si sucedía algo malo, ninguno de ellos se conocía.
Anduvieron una media hora por la autopista primero, luego se adentraron en un cerro, en una población con casas acumuladas, amontonadas una sobre otras, emplazadas en medio de las rocas que se alzaban sobre las plazas sin juegos, ni pasto, apenas banquillas pintarrajeadas donde esperaban grupos de chicos taciturnos, por algún cliente, algún ansioso consumidor.
El auto se estacionó en un pasaje, frente a una casa grande de dos pisos. Quizás era verde, no se podía vislumbrar mucho en la noche joven y con los focos quebrados de los postes de luz que debían alumbrar el angosto pasaje. Se apearon del auto, y el otrora chofer golpeó la puerta.
Un hombre de unos cincuenta y pico años la abrió, con sombra negra en demasía sobre sus párpados, unos labios pintados de color rojo intenso evitaron manchar la mejilla de quien entraba, hasta que le tocó el turno al muchacho nervioso de veston gris.
- ¡Eá, carne fresca! -. Exclamó el hombre en voz alta. Lo invito a pasar, extendiendo su brazo tapizado con un chal verde claro. Se sentaron en los sillones negros que los aguardaban en el living.
Cerró la puerta, taconeó el piso de madera con fuerza, logrando que sus piernas tiritaran dentro de las medias negras que llevaba y gritó con fuerza: “¡Bajen niños!”
Por el techo se oyeron los pasos apresurados, las puertas rechinando al abrirse, y los jóvenes bajaron presurosos por la escalera vieja de madera, para quedarse quietos, esperando en el living decorado con fotos en blanco y negro de Madonna, Judy Garland, Ava Gardner y Marilyn Monroe.
Eran seis, vestidos intencionadamente con ropa de marca, colores vivos y zapatillas Adidas, para resaltar mucho más su corta edad. Había caras con pómulos salientes, de clara descendencia indígena, y un par con piel blanca como la leche, algunos con pelitos tímidos que asomaban en la caras, otros derechamente lampiños, de cabellos rizados algunos, de pelos tiesos otros. Todos cuchicheaban entre ellos, y se reían quedamente
- ¿Quién va a pagar? -. Preguntó inquisidor el hombre de labios pintados.
- Yo -. Respondió el amigo del muchacho nervioso-. ¿Cuánto va a ser?
- Lo mismo de siempre guapo -. Contestó meloso el hombre, recibiendo los billetes uno por uno, hasta que estuvieron todos, y les asintió a los niños que esperaban con rostros risueños. Uno de ellos, que llevaba una polera negra sin manga, jeans ajustados de color morado y un tatuaje tribal en su hombro izquierdo, se adelanto hacia ellos.
- ¿No quieren pasar al salón a tomar algo antes?
- Como no, Matías -. Respondió el otrora chofer. Tres chiquillos se adentraron por un pasillo hacia un salón adentro de la casa, seguidos por los acompañantes del nervioso muchacho de veston gris.
El muchacho se quedo de pie, sin saber qué hacer. No bebía alcohol.
-¿Qué pasa corazón? ¿Necesita ir al baño? Aprovecha a tomarte algo, antes de que lleguen todos los viejos, que esos no se despegan del bar -. Le comentó el hombre de medias negras y chal verde.
-No, gracias. Es que… -. Magulló, dirigiendo la vista hacia los otros tres chicos que estaban subiendo de nuevo al segundo piso.
-Ah… Como no dice nada entonces… ¡Gabriel! ¡Ven! -. Gritó el hombre.
Un chico flaco, con camisa negra, jeans azules, de tez morena y ojos verdes, bajó de nuevo la escalera.
-Dale la bienvenida al nuevo -. Ordenó el hombre, antes de prender un cigarrillo y dirigirse al salón.
El muchacho, ya despojado de su veston, sus pantalones grises, su corbata conchevino y su camisa rosada pálido, vislumbró grande el número trece en su mente, antes de olvidarlo, y arrojarse al calor que Gabriel le ofrecía de espaldas, con suspiros quizás ensayados, quizás reales.
sábado, 31 de julio de 2010
Proposiciones a una guerra en curso
sábado, 10 de julio de 2010
Evaluación media
jueves, 24 de junio de 2010
Trabajo en disquete.
La biblioteca constaba de unas seis mesas grandes, cuatro estanterías de libros, el escritorio de la señora a cargo, y los diez computadores de museo. Era bastante espaciosa, y aunque nadie leía un solo libro porque todos los buenos se los habían robado aquellos que tenían alguna inquietud intelectual, era común encontrarla con gente en las mañanas, y la mujer a cargo, Rosa, cuchicheando con todas las chiquillas que gustaban de chismear con ella. Era en las tardes cuando se veía más vacía la biblioteca. Había menos cursos en clase y rondaban menos chiquillos por los pasillos. Como no mucha gente tenía computador en ese tiempo, y aún menos internet, tenía que ir a sacar información a los ordenadores del colegio para los trabajos.
Ese día creo que era algo relacionado con biología. Mi compañero, un enfático candidato a médico con desórdenes esquizofrenicos, había ya sacado casi toda la información que necesitábamos. Eran como las seis y algo de la tarde, cuando ya quedaba poco para que nos echaran a todos del colegio, y Rosa nos dijo que iba a comer algo para calmar el hambre. Me tenía confianza, cosa rara siendo que tramitaba eternamente a otros chicos para usar un computador cuando ella no estaba encima de ellos. Debe ser porque yo mostré algún interés en los libros que ella custodiaba. Tanto así que me robé la única copia de "Fahrenheit 451" antes de que otro lo hiciera.
Cuando Rosa bajó al primer piso a comprar algo al negocio que estaba enfrente del colegio, noté que estábamos solos en la biblioteca y que apenas se escuchaba en el aire la modorra monótona del profesor haciendo clase en la sala contigua.
"Mira" le dije. Busqué en internet por un página de relatos eróticos y la abrí. Nunca me gustaron mucho los videos; dejaban muy poco al azar y a la imaginación propia. Mi compañero acercó su silla hacia la pantalla del ordenador que yo estaba ocupando. Leímos, a velocidades naturalmente distintas pero intencionadamente lentas, un relato sobre una chica que se metía con dos hombres al mismo tiempo en un evento de gala. Una follada doble sobre el césped frío de un campo de golf detrás de un centro de eventos lujoso. Bastante bien detallado, suficientemente guarra cuando tenía que serlo. Si bien al principio mi atención estaba dedicada al texto en la pantalla, de un momento a otro se desvió hacia el incipiente bulto que cada vez tomaba más forma dentro de los pantalones de buzo azul de mi compañero. Estaba tenso y atento de los pasos afuera de la biblioteca, del aire que entraba pastoso por las ventanas, y del inexistente interés de mi compañero de ocultar el bulto que apuntaba hacia arriba. Hice ademán de acercarme más a la pantalla, rozando con mi pierna derecha su pierna izquierda, tratando de ocultar culposamente, mi propio bulto dentro mis pantalones de buzo azul.
Mi mano derecha estaba apoyada sobre el mouse, para cambiar raudo la página si alguien aparecía. Mi compañero, con sus ojos raramente pardos fijos en la pantalla, sus manos grandes y blancas apoyadas en sus rodillas, su boca fría y su rostro cuadrado con barbas mal cortadas, no pareció percatarse de que ya no había una mano sobre el mouse. La tipa estaba describiendo como le parecía excitante que dos hombres la follaran al mismo tiempo, preguntándose si acaso les era excitante para ellos también tanto contacto entre sus cuerpos. Mi mano ahora estaba a un costado de mi silla, presta a seguir moviéndose, levantándose en el aire para dejarse caer, con una parsimonia extrema, sobre la tela azul que guardaba aquel bulto irracional y adolescente de mi compañero. Por un segundo, las partículas de aire que flotaban iluminadas por la luz de sol decayéndose en la ventana, parecieron detenerse entre su mirada que encontraba la mía con asombro y confidencialidad al mismo tiempo.
Luego, los pasos.
Él cerró veloz la ventana con el texto erótico, frente a la actitud inútil que tomé en esos cruciales segundos. Volvió a sentarse bien en su silla, con la cara casi pegada hacia la pantalla de su ordenador, como si nada fuese más importante que la información de biología que leía allí. Rosa entró comiendo un sandwich de pollo, nos miró de reojo y se sentó en su escritorio con computador de esa época moderno, a seguir chateando con amigos desconocidos.
Yo seguía lívido, mirando la pantalla de mi ordenador, con la cabeza en blanco.
Mi compañero se levantó de la silla, apagó el computador y levantó su bolso. "Te traigo la información mañana impresa para que de allí saquemos las ideas." dijo con voz sumamente corriente, y frente a mi asentimiento de cabeza nervioso, se despidió de Rosa con la mano y se fue de la biblioteca.
Yo me quede allí un buen par de minutos, mirando la pantalla con la cabeza en blanco.
Rosa me dijo que iba a cerrar la sala.
Apenas llegué a mi casa, tomé un cuaderno cualquiera, y comenzé a escribir el primero de varios relatos obsesivos que llenarían muchas más páginas en el futuro, en los que me imaginaba una y otra vez lo que sucedía cuando Rosa no entraba a la biblioteca.
Ahora creo que tanta tinta y tantas páginas podrían haber servido a mejores fines. Anyway, fuck him.
domingo, 13 de junio de 2010
La extraña educación
sábado, 5 de junio de 2010
Cabronamente Combativo
Sin embargo, esto no ha de sostenerse así por mucho. No cabe ya la intolerancia exacerbada en estos tiempos de madurez social. Bastantes han sido los procesos históricos que han evidenciado la vileza del hombre cuando se niega a escuchar a sus iguales. Además, los estados han proclamado declaraciones internacionales en pos de asegurar un mejor vivir a los diferentes individuos que interactúan en el mundo.
Básicamente, hasta ahora esto ha sido un intento de poner en palabras formales lo que me arde desde dentro: estoy harto de que me discriminen por como soy, por como pienso, debido a mis creencias, debido a mis raíces. Y estoy absolutamente harto de que la gente que lo haga piense que es mayoría en este puto mundo que ya esta de patas abiertas al cambio, al cambio que penetra sin ningún miramiento sus vidas de pecera, para removerlas y hacerles dar cuenta en el siglo en el que están viviendo. También esto es una advertencia. Porque yo soy paciente, y tolerante. Pero muchos no lo son. No es solo la lluvia lo que hace venir al trueno, y esto es una verdad terrible. El ser humano no nació como tal para venir a recibir tratos de animales.
miércoles, 2 de junio de 2010
Warning shoot
No era Sid Vicius, pero fue bueno saber que todos fueron estúpidos alguna vez.
lunes, 31 de mayo de 2010
Adiosito
- ¿Sabe si hay partido mañana?
- No, el domingo.
Yo tenía la idea de que los taxistas, al igual que los peluqueros, tenían el casi deber de conversar con el cliente, lo quiera este o no.
- ¿No se supone que los taxistas hablan de la vida con sus clientes?
Hubo una pausa incómoda. Me iba de la ciudad, por eso no me importo ser impertinente. Parece que él lo meditó antes de contestar.
- Nosotros escuchamos, lo queramos o no, las confesiones que la gente hace a veces.
Parece que lo había entendido todo mal. El vuelo salía en 20 minutos, y no iba a volver a esa ciudad en al menos cuatro años.
- Soy seropositivo.
La mujer que cantaba la canción en la radio repetía “é a coisa mais linda que eu ja vi passa”.
- Mi hijo también.
No quise sacar conclusiones apresuradas. Hoy, todavía no lo hago. Esta peste está en todas partes. Me quede en silencio, hasta que llegamos a la entrada del aeropuerto. Había pagado apenas me subí.
- Déjeme aquí por favor.
- Bueno.
Llevaba esa noche solamente mi maleta de mano, con un par de mudas, un montón de libros, y dinero de sobra. El viaje en avión era lo único que me separaba del resto de mi vida, dentro de maletas gigantescas, en la casa donde me esperaban.
- Muchas gracias.
- A usted.
Cuando abrí la puerta, la radio tocaba “Como la cigarra”. Lástima que debía bajarme. La noche me saludó, con el viento fresco que llegaba a mi cara.
Cerré la puerta del auto, y advertí que el chofer me miraba por el espejo retrovisor de la puerta. Luego se fue. Y yo también hice lo mismo. Todos los días un poco más, desde aquel portazo.