sábado, 7 de agosto de 2010

El niño de sus ojos

Miraba a todos lados, nervioso. Si hubiera tenido un poquito más de experiencia, se habría dado cuenta de que la imagen que estaba ofreciendo no podía ser más sospechosa. Camisa rosada pálida metida dentro de los pantalones grises de tela, veston gris con finísimas líneas negras que lo surcaban de arriba hacia abajo, corbata roja oscura, más bien conchevino, de nudo mediano, prolijo rostro afeitado de veinteañero, pelo negro peinado con algún producto de fijación, ojos café observando todos los autos, todos los pasajeros con una impaciente mirada. Y como guinda de la torta, en una esquina, en un barrio viejo, ni tan popular, ni tan tranquilo, ni tan adecuado para ver a un chicuelo vestido tan elegante nervioso a eso de las ocho de la tarde parado en una esquina, moviendo de aquí para allá sus zapatos negros brillantes de tanto lustrado. “No lleva flores, pues. Por eso tan nervioso” pensó para sus adentros una señora que pasó a su lado cargando la bolsa del pan.

El grupo de chicos que estaba sentado en la esquina del pasaje, apenas a unos veinticinco metros más allá, lo tenía en la mira hace rato. No habían perdido un detalle de sus movimientos, y se hablaban entre ellos sobre lo que podrían hacerle si pasaban unos minutos más. Él evitaba mirar hacia allá, concentraba todos sus escrutinios en los pocos autos que pasaban. Ya se habían levantado de donde estaban el grupo de chicos, acercándose lentamente, cuando un auto modelo TS Coupe de color café llegó hacia donde estaba él. Aliviado, se subió de inmediato. Pasaron frente al grupo de chicos, que lo observaron del otro lado de la ventanilla, serios y desafiantes.

- Nos demoramos mucho? -. Preguntó el chofer.

- No, casi nada -. Respondió él, consciente de que esa era la respuesta correcta.

La radio sonaba con alguna mierda de reggaetón, mientras el chofer y el copiloto hablaban de lo que habían hecho la noche anterior. El tipo que estaba al lado de él, era el amigo que lo había invitado a participar.

- ¿Estás nervioso? -. Le pregunto su amigo, que también iba elegantemente vestido.

- Un poco.

- Sí, yo también. Acuérdate lo que hablamos antes, si pasa algo malo -. Le recordó en voz baja.

“Algo malo” significa básicamente si los atrapaban. La policía había detenido hace dos semanas y media a un grupo de muchachos (y no tan muchachos) como ellos cuando desbarataron a una red que ofrecía, según declaró la Fiscalía a los medios, “un servicio que repudia a la moral y el interés público”. Y “lo que habían hablado antes” significaba la conversación que tuvieron al momento en que le ofrecieron al nervioso chico de terno gris subirse al auto. “Nosotros no sabíamos adonde nos llevaban, tenemos que decir, o sino algo así como que pensábamos que íbamos a un cabaret, no sé” le había explicado su amigo. El chofer los observó por el espejo retrovisor. Si sucedía algo malo, ninguno de ellos se conocía.

Anduvieron una media hora por la autopista primero, luego se adentraron en un cerro, en una población con casas acumuladas, amontonadas una sobre otras, emplazadas en medio de las rocas que se alzaban sobre las plazas sin juegos, ni pasto, apenas banquillas pintarrajeadas donde esperaban grupos de chicos taciturnos, por algún cliente, algún ansioso consumidor.



El auto se estacionó en un pasaje, frente a una casa grande de dos pisos. Quizás era verde, no se podía vislumbrar mucho en la noche joven y con los focos quebrados de los postes de luz que debían alumbrar el angosto pasaje. Se apearon del auto, y el otrora chofer golpeó la puerta.

Un hombre de unos cincuenta y pico años la abrió, con sombra negra en demasía sobre sus párpados, unos labios pintados de color rojo intenso evitaron manchar la mejilla de quien entraba, hasta que le tocó el turno al muchacho nervioso de veston gris.

- ¡Eá, carne fresca! -. Exclamó el hombre en voz alta. Lo invito a pasar, extendiendo su brazo tapizado con un chal verde claro. Se sentaron en los sillones negros que los aguardaban en el living.

Cerró la puerta, taconeó el piso de madera con fuerza, logrando que sus piernas tiritaran dentro de las medias negras que llevaba y gritó con fuerza: “¡Bajen niños!”

Por el techo se oyeron los pasos apresurados, las puertas rechinando al abrirse, y los jóvenes bajaron presurosos por la escalera vieja de madera, para quedarse quietos, esperando en el living decorado con fotos en blanco y negro de Madonna, Judy Garland, Ava Gardner y Marilyn Monroe.

Eran seis, vestidos intencionadamente con ropa de marca, colores vivos y zapatillas Adidas, para resaltar mucho más su corta edad. Había caras con pómulos salientes, de clara descendencia indígena, y un par con piel blanca como la leche, algunos con pelitos tímidos que asomaban en la caras, otros derechamente lampiños, de cabellos rizados algunos, de pelos tiesos otros. Todos cuchicheaban entre ellos, y se reían quedamente

- ¿Quién va a pagar? -. Preguntó inquisidor el hombre de labios pintados.

- Yo -. Respondió el amigo del muchacho nervioso-. ¿Cuánto va a ser?

- Lo mismo de siempre guapo -. Contestó meloso el hombre, recibiendo los billetes uno por uno, hasta que estuvieron todos, y les asintió a los niños que esperaban con rostros risueños. Uno de ellos, que llevaba una polera negra sin manga, jeans ajustados de color morado y un tatuaje tribal en su hombro izquierdo, se adelanto hacia ellos.

- ¿No quieren pasar al salón a tomar algo antes?

- Como no, Matías -. Respondió el otrora chofer. Tres chiquillos se adentraron por un pasillo hacia un salón adentro de la casa, seguidos por los acompañantes del nervioso muchacho de veston gris.




El muchacho se quedo de pie, sin saber qué hacer. No bebía alcohol.

-¿Qué pasa corazón? ¿Necesita ir al baño? Aprovecha a tomarte algo, antes de que lleguen todos los viejos, que esos no se despegan del bar -. Le comentó el hombre de medias negras y chal verde.

-No, gracias. Es que… -. Magulló, dirigiendo la vista hacia los otros tres chicos que estaban subiendo de nuevo al segundo piso.

-Ah… Como no dice nada entonces… ¡Gabriel! ¡Ven! -. Gritó el hombre.

Un chico flaco, con camisa negra, jeans azules, de tez morena y ojos verdes, bajó de nuevo la escalera.

-Dale la bienvenida al nuevo -. Ordenó el hombre, antes de prender un cigarrillo y dirigirse al salón.

El chiquillo le estiró la mano, la cual tomó el muchacho, aún más nervioso. Subieron hacia un pasillo que llevaba a múltiples habitaciones. La casa era del tipo colonial, viejo diseño con patios grandes, ampliada para servir de bar, salón de baile, cocina y living en el primer piso y en el segundo disponer de siete habitaciones. Fueron a la última del pasillo, donde Gabriel abrió la puerta para dejar entrever una decoración más bien infantil. Las paredes de color amarillo, estaban tapizadas por posters de bandas gringas. Una cama con cobertor azul con autitos y un velador grande y viejo eran todos los muebles que había. Había una ventana abierta que daba hacia la calle, hacia los cerros con más casas viejas y amontonadas. Una fotografía de River Phoenix, también en blanco y negro, era lo único que desteñía con el ambiente de pubertad. La imagen observaba la cama, desde su porta retratos sobre el velador. Gabriel entro primero, y cerró la ventana.

-Recuéstate y sácate ese veston -. Le dijo sin ganas Gabriel, revelando un acento venezolano.

-¿Cuántos años tienes?

-¿Qué importa eso? -. Replicó Gabriel, mientras cerraba con pestillo la puerta-. ¿Primera vez que vienes? -. El muchacho de veston gris, ya sin él, asintió. Gabriel sonrió, antes de apagar la luz.

- Tengo trece y medio, si saberlo te tranquiliza un poco más -. Le susurró Gabriel, al montarse sobre él, mientras las carcajadas y los vasos tintineantes se oían allá abajo. Ya se había quitado la polera, y a pesar de la oscuridad, se podía vislumbrar que sus hermosos ojos verdes brillaban, y su espalda, invitaba a tantear los huesos que se escondían bajo su delicada piel morena.

El muchacho, ya despojado de su veston, sus pantalones grises, su corbata conchevino y su camisa rosada pálido, vislumbró grande el número trece en su mente, antes de olvidarlo, y arrojarse al calor que Gabriel le ofrecía de espaldas, con suspiros quizás ensayados, quizás reales.



2 comentarios: