domingo, 14 de octubre de 2012

Seré breve


El viento se colaba por el vidrio roto de la ventana, por lo que el montón de frazadas manchadas y gastadas era inútil para capear el frío. El roce de los cuerpos tampoco surtía efecto confortador a esa hora. La transpiración se secaba y se volvía una capa húmeda y helada que tensaba las carnes. El papel tapiz derruido de las paredes parecía un carnaval de flores lánguidas, que interrumpido a veces por trozos de muro desnudo, invitaba al silencio, la contemplación de esas telarañas tímidas que brillaban en los rincones con el reflejo de la luz débil que lanzaba la lamparita de mesa. 
- ¿No tienes un cigarro?
- No, fumo cuando salgo nomás.
- Mmm pucha, me muero por un poco de humo. 
- Por ahí me queda un poco de tabaco, pero se me acabaron los filtros. ¿Quieres?
- Ya po. 
Se levantó rápidamente de la cama, busco con la mirada su mochila y se agachó a revisarla en busca del tabaco. Desde la cama, con la luz débil proyectada sobre su espalda, se podían apreciar tonalidades de oscuridad sobre su piel oscura, lunares repartidos a modo de constelación dérmica, marcas de presión detrás de sus hombros y su cuello –que lo hicieron sonreír-, pelos incipientes que amenazaban con poblar sus nalgas. Se levantó y sonrío con una bolsa de plástico en su mano. 
- Quédate así un segundo.
- Me va a dar pulmonía, ¿Qué pretendes? –le respondió sin dejar de sonreír.
- Te estoy tomando una foto mental, que son las únicas que no se me pierden. 
- Ya, tu cámara no se puede demorar tanto.
Se lanzó de nuevo sobre la cama. El catre de hospital rechinaba por cualquier cosa, y el colchón podía tener fácilmente calcado la silueta del durmiente de lo viejo que era. 
- Por eso en el hospital faltan camas, si vas y te las robas. ¿Cómo lo haces? ¿Esperas a que se vayan todos y se van a medias con el guardia? 
- El guardia tiene una dotación interminable de agujas, con eso te digo todo.
Tenía una habilidad innata para enrolar. Sus dedos largos y sucios mezclaban velocidad y delicadeza, al cabo de un minuto ya estaban lanzando las primeras bocanadas de humo por la habitación. El humo salía espeso y aromático, y se confundía con el aliento gélido al exhalar. 
- Tengo ganas de escuchar a Coltrane, ¿Lo conoces?
- Ni idea, pero sorpréndeme.
Los matices sonoros del saxofón se asomaron sobre el mutismo helado, y el humo empezó a girar chocando contra los cuadros incompletos que se apilaban a los costados, contra las paredes, contra el closet apolillado, contra la mesa donde estaba la lamparita. 
- Pareciera como si fuésemos a follar de nuevo, ¿Me estás lanzando indirectas?
- Si no lo hice antes, no lo habría de hacer ahora –respondió riendo.
- Que corta leches eres, en vez de tocarme como a ese piano que suena.
- No me resulta lo musical, ya ves, apenas me resulta lo pintor y quieres que improvise sobre tus teclas. 
- Si fuese verano e hiciese mucho calor podríamos estar en el patio ahora, y podrías pintarme con tus óleos, mientras yo me abanico con tu música para follar. 
- Falta tiempo para eso todavía, aún queda sobrevivir el invierno, y quién sabe si acaso podríamos vernos en verano –hubo una pausa incómoda, que coincidió con el cambio de una canción a otra en el pendrive conectado a un pequeño parlante que estaba en la mesita. 
- Hablando de eso, ¿Cómo esperas sobrevivir el invierno con esa ventana rota? Apenas estamos comenzando con las heladas, y esta pieza ya parece frigorífico. Morirás congelado con todos tus gatos encima de ti haciéndote compañía. 
- Bueno, supongo que al hospital le hará falta una ventana este invierno entonces.
Se rieron. Mientras inhalaba el humo, observaba su cara dibujada sobre la almohada. La barba crecía desordenada, el cabello se retorcía en rulos rebeldes sobre la frente, ocultando las orejas perforadas, y las cejas pobladas le daban un leve aire de severidad. Y aún así, sus facciones evocaban una escultura tallada con paciencia, con el sudor del creador plasmado en la obra. Sus ojos pardos se le quedaron mirando fijamente, ya espantada la risa, tratando de descifrar tanto escudriñamiento. 
- ¿Qué? ¿Tengo algo en la cara?
- No, te miraba solamente. 
- Ay, no te pongas cursi por favor. 
- Déjame ser, quién sabe cuando nos veamos de nuevo. 
Y con un par de palabras las ojeras en su rostro se hicieron más presentes, la escultura evidenciaba resquebrajaduras, la expresión de serenidad daba paso a un aire cansado. El saxofón parecía suspirar por ellos.
- Trata de cambiar la ventana antes de traer a alguien acá. Yo tengo cuero sureño, pero estos tipos nortinos colapsan con el hielo pre-invernal. 
- Ya me estás lanzando gente encima, ¿De verdad es tan importante para ti? 
- No te mientas, tenemos necesidades biológicas, yo no te miento sobre lo que hago allá. Si te quieres hacer el santo métete a cura. 
- Admite que dentro de todo, es gracioso que seas más honesto conmigo que con la novia que te espera allá al lado del mar. Apostaría un dedo a que se sacaron fotos de parejitas al lado de los enamorados en Puerto Montt. 
Se rieron a carcajadas. Alicia, dentro de esta historia, era la única que estaba completamente feliz. La ignorancia era una droga, que administrada en dosis periódicas de viajes excusados por visitas a la familia, trabajo y eventos del club de fútbol, la dopaba lo suficiente como para obviar la sospecha. O era acaso que el verano, radiante como no se le recordaba de hacía tiempo, había logrado recrear esos otoños melosos, dorados, que aparecían descritos solamente en las novelas de amor. En esos atardeceres pintados al óleo, con relieves de nubarrones violáceos, rojos sangrantes y naranjos oxidados, se habían dado el lujo de revolcarse sobre las hojas recién caídas de los árboles, uno amparado tras el anonimato en ciudad ajena, otro escudado en su actitud indiferente al cuchicheo de las vecinas a su paso. 
Pero el día duraba cada vez menos y los viajes se fueron asfixiando en mares turbulentos de compromisos. El viento helado que se colaba por la ventana rota era un constante recordatorio de la migración de aves y la llegada de las mandarinas a los puestos feriantes. Se podía adivinar el congelamiento de las carcajadas en los rincones de la habitación, como movimientos en el aire capturados en fotografías de alta calidad. 
- Ya va a salir el sol, ¿Te diste cuenta?
- Sí.
- ¿Te vas a despedir esta vez?
- Sí. 
Se vistieron en silencio. Los chupones que se habían dejado mutuamente quebraron la incomodidad y les arrancaron un par de sonrisas. En la espalda de uno aparecía un pequeño rasguño que tardaría un par de días en cicatrizar. En el brazo izquierdo del otro las marcas de los agarrones eran como dedos grasosos sobre una superficie de vidrio. 
- Me dan risa tus pelos del pecho, ¿Has pensado en salir a coquetear con camisa abierta, así bien gitano, bien dandy? Las niñas caerían como moscas.
- Que desperdicio, por dios. 
Rieron, y salieron de la habitación. En la calle, el sol no salía a lo película hollywoodesca, y no había música de violines de fondo. No había espectadores, ni telón que cayera. Un perro pasaba presuroso por la vereda de enfrente.
- Cuídate, y cambia esa ventana.
- ¿Ya no tienes nudos en la garganta? Mierda, como has crecido…
- Ya, para con el show. Sabíamos que era así, lo hablamos y lo hablamos. Yo también lloré cuando estaba allá. 
- Ah, sí. A esto le llaman madurez, ¿Ah?
- Supongo, no hay más remedio tampoco. 
- Bueno, pero ven aquí, abrázame, no hay nadie viendo de todos modos.
Dos cuadras más allá se asomó la nariz de un colectivo al doblar una esquina. 
- Ya, me tengo que ir. 
- Bueno.
- No pierdas el contacto, por favor.
- Sí…
- Cambia esa cara. Quizás nos veamos a finales de año, y me pintarás en el patio. 
- Sí, claro, si no me congelo antes. 
- Depende de ti solamente. Ya, me voy.
-
- Ya, cuídate.
- ¡Oye!
- ¿Ah?
- Saludos a Alicia.
Se alejó riendo, y el colectivo se detuvo a su señal. Se despidió con la mano antes de abrir la puerta del colectivo, sonriendo. Desde esa distancia no se veían bien sus ojos. 
Él se quedo un ratito ahí, buscando la gota amarga y caliente que en esos momentos caía siempre por su garganta. No caía. El viento sopló sorpresivamente, y recordó que la temperatura era bajísima a esa hora, que andaba en pantuflas, que su polerón era muy delgado, que el frío le hacía doler los huesos, y que la cama rechinante, a pesar de estar llena de frazadas manchadas y gastadas, no abrigaba nada. 
Una bandada de aves pasaba volando allá arriba, alineadas en forma de V.


"Con un poquito de inspiración"