jueves, 31 de mayo de 2012

Pavor (parte uno)



Cuando me dieron el sobrecito, lo primero que hice fue mandar a la mierda todo mi discurso de odio recalcitrante contra la religión e ir a la iglesia más cercana para abrirlo. En realidad no era la más cercana, era de las pocas que me gustaban medianamente, porque nunca iba mucha gente y porque además era la única que conocía que tuviese un santo negro dentro de sus figuritas. Leí los resultados sin entender mucho. Los releí varias veces, a ver si había algún detalle técnico que diese cuenta de mi ignorancia sobre el tema y que significase, en definitiva, una interpretación completamente distinta. Pero no. 
Estuve varios días como en stand-by, como cuando las teles antiguas no sintonizaban un canal y se quedaban ininterrumpidamente transmitiendo puntitos negros y blancos que se movían emitiendo un sonido de estática. Después de comerme un flan en el casino antes de ir a una clase que ni siquiera recuerdo, sentí que mi antena volvía a sintonizar la señal, pero esta vez en otro canal. Me dirigí con el sabor dulce del flan todavía en la boca hacia un computador, tomé este aparatito tan tecnológico que tengo y que hace las veces de celular, le saqué una foto al examen que llevaba días en mi mochila desde que leí los resultados en la iglesia, y la subí a facebook, haciendo mofa de mí mismo; “Dale así no más, me decían. Sin condón es más rico, me decían”. Apenas publiqué la foto, apagué el computador y fui a buscar a la amiga que me acompañó en el viaje al norte, total, a ella no cabía esconderle nada. 
Llegué a su casa con un vodka, aunque no tomo destilados. Nos emborrachamos. Adivino que en algún momento lloré, luego de revisar mi cara en el espejo de su baño, a eso de las cuatro y algo de la mañana. Salgo del baño y la veo sobre la cama, con sus calzones verdes lima a mitad del culo, babeando sobre su almohada, las sábanas revueltas como si hubiésemos follado. Me recuesto a su lado, de espaldas, acurrucándome para abrigarme. Ella me abraza por detrás y nos dormimos así, en cucharita, con sus gatos grises saltando en sueños a los pies de la cama. 
Al día siguiente, no me despierta ni la alarma ni mi amiga, sino que una llamada a mi celular. Me demoro demasiado en encontrar mi pantalón por el suelo y la llamada se corta. “A la mierda” pienso, y me vuelvo a acostar. El celular suena estrepitoso de nuevo, mi amiga gruñe y se tapa la cabeza con su almohada baboseada. Salto de la cama, encuentro el puto celular y contesto sin ganas. Del otro lado, la voz exaltada de una amiga en Temuco me pregunta casi a gritos si es verdad o no. “¿Qué mierda?” grazno medio asustado por su tono de voz. “La foto que publicaste en face, el examen donde sale tu nombre”. Hago memoria de lo que hice ayer, de por qué amanecí casi en bolas en esa casita, de por qué tengo este sabor rancio a naranja química en la lengua y sobre todo, por qué diablos publiqué una foto de mi examen. Luego de uno o dos segundos haciendo un repaso por todo mi ejercicio mental de argumentación ideológica, confirmo el objetivo de mis acciones: “Sí, es verdad. Es cierto, el examen es mío, yo lo publiqué”. Por el celular se escucha nítidamente como a mi amiga se le hace un nudo en la garganta. Pregunta escuetamente por qué publiqué la foto. Le respondo que es una larga historia, que no estoy de ánimo para explicarle ahora, pero que ya me daría el tiempo para contarle todo, especialmente a ti, hago énfasis, especialmente a ti tengo que contarte todo cariño, pero ahora no por favor, que me sobrepasa un poco todo esto y todavía no tomo ni desayuno. Oigo unos sonidos húmedos, como esa onomatopeya de snif snif y ella repite un par de veces “¿Pero cómo? ¿Pero cómo?”. Apenas atino a pedir perdón y decirle que la llamaré más tarde. Cuelgo. Estoy en el baño frente a la ducha. Mi amiga que gusta de babosear la almohada, ya despertó y oyó toda la conversación. Desde la cocina me grita que esta prendido el calefón, con un tono casual como de madre que te pregunta si quieres pan tostado con mantequilla o pan con mermelada de desayuno. No le sale tan bien, pero se agradece el esfuerzo. Me desvisto, abro la válvula del agua caliente y me quedo debajo, con los ojos cerrados, inmóvil, hasta que varios minutos después oigo un nock nock despacio en la puerta del baño. “¿Estás bien?”.





Sin ayuda






“Caminemos” dijiste, tú sucia criminal. Te pudriste toda, a zancadas arrancabas de las excusas que te iba dando. Sostenía tu velo al son de arcadas por las alfombradas calles. Me cobrabas un pasaje tan inusual entonces, la consiguiente búsqueda de paciencia allí donde los vellos púbicos hacen nido de hombres. Te sudaba, una y otra vez, y la insistencia de inundar mis poros, ahogarme en tu sabor salado, como forzar lo que se expulsa, ¿Cuántos dedos tamborileaban sobre la mesa? Cogiste y cogiste ramos de flores que estrellaste en mi cabeza, “caminemos” decías, tú sucia criminal, volvías a llenar de epítetos las altas paredes, yo reptaba de espaldas desde las cinco y cuarto hasta las doce y pico, hora del beso culmine, dibujos a carbón de ángeles excitados sueñan contigo recostada, y tan abrasadora fue su indiferencia; nociva es tu voz retumbando en ondas elípticas por la habitación.
Ahí no quedaba mucha gente para mentirles, nadie iba a creernos de todos modos.