jueves, 24 de junio de 2010

Trabajo en disquete.

La pantalla del ordenador iluminaba de manera bastante encandilante. Me temo que muchos que pasamos por ese colegio quedamos cortos de vista, en parte por culpa de esas pantallas tan agresivas. Habrían, como máximo, unos diez computadores en todo el piso. Hasta allí suena muy moderno, pero eran en verdad unas chatarras. Pensar que en ese tiempo lo más "in" era entregar un trabajo en disquete...


La biblioteca constaba de unas seis mesas grandes, cuatro estanterías de libros, el escritorio de la señora a cargo, y los diez computadores de museo. Era bastante espaciosa, y aunque nadie leía un solo libro porque todos los buenos se los habían robado aquellos que tenían alguna inquietud intelectual, era común encontrarla con gente en las mañanas, y la mujer a cargo, Rosa, cuchicheando con todas las chiquillas que gustaban de chismear con ella. Era en las tardes cuando se veía más vacía la biblioteca. Había menos cursos en clase y rondaban menos chiquillos por los pasillos. Como no mucha gente tenía computador en ese tiempo, y aún menos internet, tenía que ir a sacar información a los ordenadores del colegio para los trabajos.


Ese día creo que era algo relacionado con biología. Mi compañero, un enfático candidato a médico con desórdenes esquizofrenicos, había ya sacado casi toda la información que necesitábamos. Eran como las seis y algo de la tarde, cuando ya quedaba poco para que nos echaran a todos del colegio, y Rosa nos dijo que iba a comer algo para calmar el hambre. Me tenía confianza, cosa rara siendo que tramitaba eternamente a otros chicos para usar un computador cuando ella no estaba encima de ellos. Debe ser porque yo mostré algún interés en los libros que ella custodiaba. Tanto así que me robé la única copia de "Fahrenheit 451" antes de que otro lo hiciera.


Cuando Rosa bajó al primer piso a comprar algo al negocio que estaba enfrente del colegio, noté que estábamos solos en la biblioteca y que apenas se escuchaba en el aire la modorra monótona del profesor haciendo clase en la sala contigua.


"Mira" le dije. Busqué en internet por un página de relatos eróticos y la abrí. Nunca me gustaron mucho los videos; dejaban muy poco al azar y a la imaginación propia. Mi compañero acercó su silla hacia la pantalla del ordenador que yo estaba ocupando. Leímos, a velocidades naturalmente distintas pero intencionadamente lentas, un relato sobre una chica que se metía con dos hombres al mismo tiempo en un evento de gala. Una follada doble sobre el césped frío de un campo de golf detrás de un centro de eventos lujoso. Bastante bien detallado, suficientemente guarra cuando tenía que serlo. Si bien al principio mi atención estaba dedicada al texto en la pantalla, de un momento a otro se desvió hacia el incipiente bulto que cada vez tomaba más forma dentro de los pantalones de buzo azul de mi compañero. Estaba tenso y atento de los pasos afuera de la biblioteca, del aire que entraba pastoso por las ventanas, y del inexistente interés de mi compañero de ocultar el bulto que apuntaba hacia arriba. Hice ademán de acercarme más a la pantalla, rozando con mi pierna derecha su pierna izquierda, tratando de ocultar culposamente, mi propio bulto dentro mis pantalones de buzo azul.


Mi mano derecha estaba apoyada sobre el mouse, para cambiar raudo la página si alguien aparecía. Mi compañero, con sus ojos raramente pardos fijos en la pantalla, sus manos grandes y blancas apoyadas en sus rodillas, su boca fría y su rostro cuadrado con barbas mal cortadas, no pareció percatarse de que ya no había una mano sobre el mouse. La tipa estaba describiendo como le parecía excitante que dos hombres la follaran al mismo tiempo, preguntándose si acaso les era excitante para ellos también tanto contacto entre sus cuerpos. Mi mano ahora estaba a un costado de mi silla, presta a seguir moviéndose, levantándose en el aire para dejarse caer, con una parsimonia extrema, sobre la tela azul que guardaba aquel bulto irracional y adolescente de mi compañero. Por un segundo, las partículas de aire que flotaban iluminadas por la luz de sol decayéndose en la ventana, parecieron detenerse entre su mirada que encontraba la mía con asombro y confidencialidad al mismo tiempo.


Luego, los pasos.


Él cerró veloz la ventana con el texto erótico, frente a la actitud inútil que tomé en esos cruciales segundos. Volvió a sentarse bien en su silla, con la cara casi pegada hacia la pantalla de su ordenador, como si nada fuese más importante que la información de biología que leía allí. Rosa entró comiendo un sandwich de pollo, nos miró de reojo y se sentó en su escritorio con computador de esa época moderno, a seguir chateando con amigos desconocidos.


Yo seguía lívido, mirando la pantalla de mi ordenador, con la cabeza en blanco.


Mi compañero se levantó de la silla, apagó el computador y levantó su bolso. "Te traigo la información mañana impresa para que de allí saquemos las ideas." dijo con voz sumamente corriente, y frente a mi asentimiento de cabeza nervioso, se despidió de Rosa con la mano y se fue de la biblioteca.


Yo me quede allí un buen par de minutos, mirando la pantalla con la cabeza en blanco.


Rosa me dijo que iba a cerrar la sala.


Apenas llegué a mi casa, tomé un cuaderno cualquiera, y comenzé a escribir el primero de varios relatos obsesivos que llenarían muchas más páginas en el futuro, en los que me imaginaba una y otra vez lo que sucedía cuando Rosa no entraba a la biblioteca.


Ahora creo que tanta tinta y tantas páginas podrían haber servido a mejores fines. Anyway, fuck him.

domingo, 13 de junio de 2010

La extraña educación

En los primeros años de mi contradictoria pubertad, pasé por una etapa sumamente absurda: estaba empecinado con ser acólito. ¿La razón? No tengo idea, supongo que en ese momento me parecía que molaba ser ese típico niño virgen con cara de ángel que no rompe un plato tocando la campanilla cuando el cura holandés de la iglesia local terminaba sus indescifrables cánticos.
Había una pieza (hay, porque la iglesia a pesar de que intentaron quemarla, todavía sigue allí) detrás del altar, donde el cura y los acólitos se cambiaban, pero no cambiarse de ropa en el sentido estricto, sino que se ponían sus aburridas túnicas blancas encima simplemente.

Recuerdo que cuando yo "postulé" (en realidad no se postulaba, sino que hacías un par de ensayos antes de las misas, para ver si captabas o no como era la cosa) para ese reverencial trabajillo, habían dos niñatos más practicando. Uno, que no recuerdo mayormente, porque no iba mucho y en verdad, no me llamaba la atención, y otro, que a pesar de que no recuerdo su nombre, recuerdo perfectamente de que era de esos clásicos estereotipos de acólitos ultra morbosos, como sacados de la película "La Mala Educación": Rubiecito, con ojos cafés, pero claros, y una piel tan inocentemente blanca como la leche de una vaca católica.

Tengo vagos recuerdos de lo que hacíamos exactamente en esas prácticas, pero sí recuerdo de una vez que en esa pieza detrás del altar, cuando nos cambiábamos, me quedé observando a mi compañero de película doblando cuidadosamente su túnica y guardándola en el cajón. Sus pantalones grises elegidos por alguna madre escrupulosa, ceñidos perfectamente a sus piernas y cadera. Y unas manos blancas, pequeñas, delicadas, con uñas bien recortadas, que hacían pacientemente todo lo que ese rídiculo trabajillo importaba.

Las miradas intensas se sienten, y esa no fue la excepción. Me miró despreocupado primero, y luego, quizás oliendo algo raro en las vibraciones del aire viciado de la habitación, frunció su ceño y me dijo "Chao" de forma seca antes de salir rápidamente por la puerta, hacia afuera, en la iglesia, donde aún estaban dos viejitas en la primera banca rezando por si las moscas.

De más esta decir que no volví a ir nunca más. Por lo menos a intentar de ser algo que no era. La obligación familiar de ir a la Misa del Gallo es tema aparte y otra historia, pero por mi propia iniciativa, no he pisado esa iglesia hasta el día de hoy. Supe que al final otro tipo, alguien mayor con problemas psico-motores había quedado como acólito del cura inentendible. Tampoco volví a toparme con ese niño de película, y si lo hice, debe haber cambiado mucho pues no lo reconocí.

Supe, luego de guardar las cruces y regalar las imágenes de los santos, que algo raro me iba pasando conforme crecía, algo que hoy día tiene más sentido cuando pienso en el cuerpo de hombre que ahora podría esconderse debajo de la túnica, si el entonces niño de película siguió el aburrido camino que esa tarde yo abandoné.
Si hubiera sido Gael García Bernal el niño ese, ahora mismo estaría como loco buscándolo para... recordar viejos tiempos jejeje.

sábado, 5 de junio de 2010

Cabronamente Combativo

El problema entre el choque de las circunstancias sociales, y el pensamiento “progresista”, por denominar de una manera a aquellas corrientes o movimientos recientemente surgidos que pretenden reivindicar un espacio propio en la pluralidad de la sociedad actual, se da en todos los ámbitos en los cuales una persona desarrolla sus actividades cotidianas, y en realidad, en todo lugar en el que deba compartir u expresar ciertos puntos de vista propios respecto de temas que para otras personas que suponen son mayoría, representan tabú. Lamentablemente, estos grupos de personas con mentalidades reducidas por sus circunstancias sociales, llámense crianza, creencias religiosas, estigmatismos políticos, u otros, no han adquirido plena conciencia respecto del medio social en el que se desenvuelven, y el momento histórico que atraviesan, en el que la información no puede contenerse mayormente, y la diversidad respecto de los modelos de vida de las personas es una realidad innegable.
Sin embargo, esto no ha de sostenerse así por mucho. No cabe ya la intolerancia exacerbada en estos tiempos de madurez social. Bastantes han sido los procesos históricos que han evidenciado la vileza del hombre cuando se niega a escuchar a sus iguales. Además, los estados han proclamado declaraciones internacionales en pos de asegurar un mejor vivir a los diferentes individuos que interactúan en el mundo.
Básicamente, hasta ahora esto ha sido un intento de poner en palabras formales lo que me arde desde dentro: estoy harto de que me discriminen por como soy, por como pienso, debido a mis creencias, debido a mis raíces. Y estoy absolutamente harto de que la gente que lo haga piense que es mayoría en este puto mundo que ya esta de patas abiertas al cambio, al cambio que penetra sin ningún miramiento sus vidas de pecera, para removerlas y hacerles dar cuenta en el siglo en el que están viviendo. También esto es una advertencia. Porque yo soy paciente, y tolerante. Pero muchos no lo son. No es solo la lluvia lo que hace venir al trueno, y esto es una verdad terrible. El ser humano no nació como tal para venir a recibir tratos de animales.


miércoles, 2 de junio de 2010

Warning shoot

Una vez me llevaron en un paseo nocturno en el auto de un tipo que no recuerdo su nombre.

Me llevó por la playa, como si yo no la hubiese conocido lo bastante.

Era de las primeras veces que me aventuraba buscando ligar, y como locura inicial, me subía a un auto de un tipo X a las 3 de la madrugada.

Escuchaba música espantosa. Kylie Minogue, Cristina Aguilera y Miranda se asomaron como banda sonora de una imagen que yo me imaginaba más ruda, más directa y más Sex Pistols.

El acabosé fue cuando le subió el volumen a Britney Spears.

Para salvar la situación, me bajé del auto y me senté a ver el mar oscuro.

Él se apeó también, y nos pusimos a fumar, hablando acerca de sus experiencias del cole. Resulta que desde las duchas después de la clase de gimnasia, y los trabajos en pareja, se había enganchado de un compañero, con quien contemplaron el techo de sus habitaciones, echados en la cama, durante cientos de horas. Me confesó que lo recordaba con mucho cariño.

Le dije que me dejara donde me encontró, en medio de la nada, en realidad. Lo despedí con un apretón de manos, y él me dijo que tuviese cuidado si pensaba seguir subiendome a cualquier auto. "Obvio" contesté yo, "Desde ahora directo a domicilio".



No era Sid Vicius, pero fue bueno saber que todos fueron estúpidos alguna vez.