domingo, 14 de julio de 2013

"Have fun"




El cubículo estaba precariamente iluminado por la luz que lanzaba la pantalla en la pared. No había forma de apagar la pantalla, sólo había un botón que permitía cambiar el vídeo que se transmitía probablemente desde un ordenador central que controlaba el tipo calvo, cómodo en la caja del sexshop que funcionaba como fachada del recinto. También el volumen estaba prefijado, manteniendo un bajo nivel que daba al lugar un suave cántico de suspiros y quejidos masculinos. Presionaba el botón y se sucedían militares follando en el barro, twinks lamiéndose sus frágiles cuerpos, una orgía vintage con hombres velludos y de poblados bigotes, marineros de brazos tatuados sometiendo a un grumete, imponentes hombres negros resoplando al ritmo de la penetración exorbitante, un daddy chupando los pies de un joven dominatrix. Eché de menos a los latinos, y en general, una mayor calidad de los vídeos. Resultaba gracioso pensar que en pleno siglo XXI las pantallas de los cuartos oscuros aún transmitiesen vídeos con esa aura irremediablemente vintage. Y es que en realidad, todo en ese lugar, la dinámica del aire viciado, los gemidos entrecortados en la penumbra de los cubículos, las miradas que buscaban sus pares ansiosos,  tenían un aspecto de repasado, de resabida actividad.
Había un glory hole en la pared. Haciendo gala de curiosidad provinciana, me agaché a su altura y primero presté atención al ruido en el cubículo contiguo. Un cinturón se abría con prisa, y el sonido de un jeans bajando me llegó claro. Una mano se apoyó pesada sobre la pared. Jadeos que se deslizaban morbosos por el agujero. No había forma de saber quién estaba del otro lado, y la idea de encontrar a un pobre padre de familia abandonado a la oscura suerte de estos cubículos me generó rechazo.
Me levanté y apoyándome en la pared, me quedé viendo unos segundos la pantalla. No prestaba atención ya a las nalgadas furiosas que daban los marineros al grumete, sino que me abstraje en todo lo que era ese cubículo en aquel momento. Sus paredes grasosas de tantas manos sudadas, la capa de indeterminadas manchas que cubría el piso. Había algo atrapante allí, algo que toda la música pop, y el baile del apareamiento, con sus tragos sofisticados y sus cervezas en la barra, no podían ofrecer. Había un sabor que ni todo el flirteo en las luces encadilantes de la calle podía igualar. Todo el desenfreno de los personajes que afuera festinaban su noche de anonimato, contrastaba con esta parsimonia culpable que adornaba los gestos de estos hombres sombríos, que a la sombra de los cubículos se entregaban a la escucha de sus ruegos carnales.
No sé cuánto tiempo permanecí allí, capturado por esa melodía pecaminosa que se elevaba por los cuartos oscuros y se comunicaba a través de los glory hole, cuando de pronto ya no estaba solo en aquel cubículo. Un motoquero robusto, típico cabrón en sus tardíos cuarenta, con el águila americana en su chaqueta, cerraba la puerta del cuartito a sus espaldas. Sus pupilas temblaban sobre sus ojeras, relamiéndose sin asco sobre la expectativa de mi cuerpo acorralado intencionalmente en ese rincón de paredes grasosas.
Fresh meat…-dijo ansioso, como pensando en voz alta. Hice un ademán de moverme hacia la puerta, de huir de sus manos que acariciaban torpemente mis brazos. 
Don’t be scared, I won’t be so rough, you’ll see. –prometía mientras bloqueaba mi paso y suavemente bajaba la chaqueta de mis hombros.
Me vi bajo el lógico desenlace de una cadena de decisiones atrapantes, con ese hombre que leía toda mi angustia facial, y se excitaba ante la creciente resignación de un encuentro donde él podía interpretar un papel protagónico, la deliciosa captura de un borrego nervioso del cual suponía el pleno consentimiento para ese juego huraño apenas iluminado por la pantalla en la pared.
We’re gonna play a little bit, don’t be scared… -seguía susurrando sobre mi cara, con su aliento de bourbon y cigarros rojos.
- I'm not scared. I’m never scared –le dije con mi acento tosco, volviendo a colocarme la chaqueta sobre los hombros.- I just don’t fuck old people.
Lo miré fijamente con una expresión hostil, de forma que no quedara duda sobre mis palabras dichas con un exagerado tono de autosuficiencia, y lo dejé solo en ese cubículo.
En los pasillos ensombrecidos del complejo, los hombres rondaban lentamente a la caza de quien les invitase a observar las pantallas de porno vintage. El humo se atrapaba en el techo y las colillas iluminaban por segundos los rostros ansiosos, impacientes.
Caminé por los pasillos, buscando al amigo con quien había ingresado. Seguramente ya estaría en un cubículo, o se habría cansado de tanto diálogo estereotipado en las puertas de las cabinas. Estaba solo allí adentro. Quería salir, respirar aire fresco y fumar un cigarro en la cuneta de esa calle rebosante de brillo, tacones y luces multicolores. Camino a la puerta había un cubículo entreabierto. En la puerta, con un pie adentro y el otro afuera, un chiquillo de piel oscura miraba hacia afuera, hacia el pasillo. Su cabeza estaba apoyada en el respaldo de la puerta, y su espalda se arqueaba en la posición de relajo, de espera. Sus ojos negros iluminados por el cigarro que se llevaba a la boca, me detuvieron. Unos dientes blanquísimos sonrieron ante mi huida abortada. Alguien ponía música en el jukebox que el dueño había dejado cerca de la entrada, por si la melodía constante del jadeo desesperaba a quienes rondaban los pasillos. El chiquillo se siguió sonriendo e ingresó al cubículo, y el humo de su cigarro se elevaba por fuera de la puerta. Mis piernas titubearon, y en ese momento, la puerta eléctrica que servía de camuflada entrada desde el sexshop hasta el complejo de cuartos oscuros, se abrió, y dos hombres de color entraron riéndose. Afuera las risas llegaban desde la calle, y la brisa nocturna mezclada con el aroma de los hot dogs que vendían en la esquina fuera del sexshop, se deslizaban dentro, haciendo promesas de un exterior más alegre, más afable.
Sonó una canción de Depeche Mode en el jukebox, y los parlantes ocultos dispuestos por los pasillos daban un nuevo ritmo a los aires cansados de los hombres en éstos. Vi la puerta eléctrica cerrarse despacio, y el humo del cigarro desvanecerse en la puerta del cubículo. Nuevos ojos se encontraban con los míos en esos segundos, y pasaban a mi lado, haciendo invitaciones de buscar otros cubículos vacíos. La puerta del cubículo que tenía enfrente seguía entreabierta. Las bocinas de los autos se oían desde la calle, y las carcajadas explotaban en el aire de la noche borracha, sedienta de más noche. 

domingo, 14 de octubre de 2012

Seré breve


El viento se colaba por el vidrio roto de la ventana, por lo que el montón de frazadas manchadas y gastadas era inútil para capear el frío. El roce de los cuerpos tampoco surtía efecto confortador a esa hora. La transpiración se secaba y se volvía una capa húmeda y helada que tensaba las carnes. El papel tapiz derruido de las paredes parecía un carnaval de flores lánguidas, que interrumpido a veces por trozos de muro desnudo, invitaba al silencio, la contemplación de esas telarañas tímidas que brillaban en los rincones con el reflejo de la luz débil que lanzaba la lamparita de mesa. 
- ¿No tienes un cigarro?
- No, fumo cuando salgo nomás.
- Mmm pucha, me muero por un poco de humo. 
- Por ahí me queda un poco de tabaco, pero se me acabaron los filtros. ¿Quieres?
- Ya po. 
Se levantó rápidamente de la cama, busco con la mirada su mochila y se agachó a revisarla en busca del tabaco. Desde la cama, con la luz débil proyectada sobre su espalda, se podían apreciar tonalidades de oscuridad sobre su piel oscura, lunares repartidos a modo de constelación dérmica, marcas de presión detrás de sus hombros y su cuello –que lo hicieron sonreír-, pelos incipientes que amenazaban con poblar sus nalgas. Se levantó y sonrío con una bolsa de plástico en su mano. 
- Quédate así un segundo.
- Me va a dar pulmonía, ¿Qué pretendes? –le respondió sin dejar de sonreír.
- Te estoy tomando una foto mental, que son las únicas que no se me pierden. 
- Ya, tu cámara no se puede demorar tanto.
Se lanzó de nuevo sobre la cama. El catre de hospital rechinaba por cualquier cosa, y el colchón podía tener fácilmente calcado la silueta del durmiente de lo viejo que era. 
- Por eso en el hospital faltan camas, si vas y te las robas. ¿Cómo lo haces? ¿Esperas a que se vayan todos y se van a medias con el guardia? 
- El guardia tiene una dotación interminable de agujas, con eso te digo todo.
Tenía una habilidad innata para enrolar. Sus dedos largos y sucios mezclaban velocidad y delicadeza, al cabo de un minuto ya estaban lanzando las primeras bocanadas de humo por la habitación. El humo salía espeso y aromático, y se confundía con el aliento gélido al exhalar. 
- Tengo ganas de escuchar a Coltrane, ¿Lo conoces?
- Ni idea, pero sorpréndeme.
Los matices sonoros del saxofón se asomaron sobre el mutismo helado, y el humo empezó a girar chocando contra los cuadros incompletos que se apilaban a los costados, contra las paredes, contra el closet apolillado, contra la mesa donde estaba la lamparita. 
- Pareciera como si fuésemos a follar de nuevo, ¿Me estás lanzando indirectas?
- Si no lo hice antes, no lo habría de hacer ahora –respondió riendo.
- Que corta leches eres, en vez de tocarme como a ese piano que suena.
- No me resulta lo musical, ya ves, apenas me resulta lo pintor y quieres que improvise sobre tus teclas. 
- Si fuese verano e hiciese mucho calor podríamos estar en el patio ahora, y podrías pintarme con tus óleos, mientras yo me abanico con tu música para follar. 
- Falta tiempo para eso todavía, aún queda sobrevivir el invierno, y quién sabe si acaso podríamos vernos en verano –hubo una pausa incómoda, que coincidió con el cambio de una canción a otra en el pendrive conectado a un pequeño parlante que estaba en la mesita. 
- Hablando de eso, ¿Cómo esperas sobrevivir el invierno con esa ventana rota? Apenas estamos comenzando con las heladas, y esta pieza ya parece frigorífico. Morirás congelado con todos tus gatos encima de ti haciéndote compañía. 
- Bueno, supongo que al hospital le hará falta una ventana este invierno entonces.
Se rieron. Mientras inhalaba el humo, observaba su cara dibujada sobre la almohada. La barba crecía desordenada, el cabello se retorcía en rulos rebeldes sobre la frente, ocultando las orejas perforadas, y las cejas pobladas le daban un leve aire de severidad. Y aún así, sus facciones evocaban una escultura tallada con paciencia, con el sudor del creador plasmado en la obra. Sus ojos pardos se le quedaron mirando fijamente, ya espantada la risa, tratando de descifrar tanto escudriñamiento. 
- ¿Qué? ¿Tengo algo en la cara?
- No, te miraba solamente. 
- Ay, no te pongas cursi por favor. 
- Déjame ser, quién sabe cuando nos veamos de nuevo. 
Y con un par de palabras las ojeras en su rostro se hicieron más presentes, la escultura evidenciaba resquebrajaduras, la expresión de serenidad daba paso a un aire cansado. El saxofón parecía suspirar por ellos.
- Trata de cambiar la ventana antes de traer a alguien acá. Yo tengo cuero sureño, pero estos tipos nortinos colapsan con el hielo pre-invernal. 
- Ya me estás lanzando gente encima, ¿De verdad es tan importante para ti? 
- No te mientas, tenemos necesidades biológicas, yo no te miento sobre lo que hago allá. Si te quieres hacer el santo métete a cura. 
- Admite que dentro de todo, es gracioso que seas más honesto conmigo que con la novia que te espera allá al lado del mar. Apostaría un dedo a que se sacaron fotos de parejitas al lado de los enamorados en Puerto Montt. 
Se rieron a carcajadas. Alicia, dentro de esta historia, era la única que estaba completamente feliz. La ignorancia era una droga, que administrada en dosis periódicas de viajes excusados por visitas a la familia, trabajo y eventos del club de fútbol, la dopaba lo suficiente como para obviar la sospecha. O era acaso que el verano, radiante como no se le recordaba de hacía tiempo, había logrado recrear esos otoños melosos, dorados, que aparecían descritos solamente en las novelas de amor. En esos atardeceres pintados al óleo, con relieves de nubarrones violáceos, rojos sangrantes y naranjos oxidados, se habían dado el lujo de revolcarse sobre las hojas recién caídas de los árboles, uno amparado tras el anonimato en ciudad ajena, otro escudado en su actitud indiferente al cuchicheo de las vecinas a su paso. 
Pero el día duraba cada vez menos y los viajes se fueron asfixiando en mares turbulentos de compromisos. El viento helado que se colaba por la ventana rota era un constante recordatorio de la migración de aves y la llegada de las mandarinas a los puestos feriantes. Se podía adivinar el congelamiento de las carcajadas en los rincones de la habitación, como movimientos en el aire capturados en fotografías de alta calidad. 
- Ya va a salir el sol, ¿Te diste cuenta?
- Sí.
- ¿Te vas a despedir esta vez?
- Sí. 
Se vistieron en silencio. Los chupones que se habían dejado mutuamente quebraron la incomodidad y les arrancaron un par de sonrisas. En la espalda de uno aparecía un pequeño rasguño que tardaría un par de días en cicatrizar. En el brazo izquierdo del otro las marcas de los agarrones eran como dedos grasosos sobre una superficie de vidrio. 
- Me dan risa tus pelos del pecho, ¿Has pensado en salir a coquetear con camisa abierta, así bien gitano, bien dandy? Las niñas caerían como moscas.
- Que desperdicio, por dios. 
Rieron, y salieron de la habitación. En la calle, el sol no salía a lo película hollywoodesca, y no había música de violines de fondo. No había espectadores, ni telón que cayera. Un perro pasaba presuroso por la vereda de enfrente.
- Cuídate, y cambia esa ventana.
- ¿Ya no tienes nudos en la garganta? Mierda, como has crecido…
- Ya, para con el show. Sabíamos que era así, lo hablamos y lo hablamos. Yo también lloré cuando estaba allá. 
- Ah, sí. A esto le llaman madurez, ¿Ah?
- Supongo, no hay más remedio tampoco. 
- Bueno, pero ven aquí, abrázame, no hay nadie viendo de todos modos.
Dos cuadras más allá se asomó la nariz de un colectivo al doblar una esquina. 
- Ya, me tengo que ir. 
- Bueno.
- No pierdas el contacto, por favor.
- Sí…
- Cambia esa cara. Quizás nos veamos a finales de año, y me pintarás en el patio. 
- Sí, claro, si no me congelo antes. 
- Depende de ti solamente. Ya, me voy.
-
- Ya, cuídate.
- ¡Oye!
- ¿Ah?
- Saludos a Alicia.
Se alejó riendo, y el colectivo se detuvo a su señal. Se despidió con la mano antes de abrir la puerta del colectivo, sonriendo. Desde esa distancia no se veían bien sus ojos. 
Él se quedo un ratito ahí, buscando la gota amarga y caliente que en esos momentos caía siempre por su garganta. No caía. El viento sopló sorpresivamente, y recordó que la temperatura era bajísima a esa hora, que andaba en pantuflas, que su polerón era muy delgado, que el frío le hacía doler los huesos, y que la cama rechinante, a pesar de estar llena de frazadas manchadas y gastadas, no abrigaba nada. 
Una bandada de aves pasaba volando allá arriba, alineadas en forma de V.


"Con un poquito de inspiración"

lunes, 20 de agosto de 2012

Necesidad de escribir

Día cualquiera, un microbús con apenas un par de pasajeros, el sol invernal cayendo sin glamour alguno sobre el asfalto, generando ese sopor propio del espacio de tiempo entre las 3 y las 4 de la tarde.
Yo sentado casi al final del microbús, en los últimos asientos de atrás. Detrás mío un chico sentado escucha reggaeton y bachata en su celular, lleva el pelo lleno de algún producto que lo mantiene en punta y con aspecto de brillo grasoso. Sus aros de fantasía brillan con la luz que entra por las ventanas y sus cejas se adivinan prolijamente recortadas.
Yo escuchando música mientras observo a la gente pasar rápido frente a mi ventana, hasta que de pronto me parece urgente escribir algo en el respaldo del asiento que tengo enfrente, saco un plumón que llevo siempre en mi mochila, y aprovechando que el chofer se detiene en una esquina para que suba una viejita, escribo ABORTO con letras grandes. Lo observo, siento como el chico sentado atrás mío también hace lo mismo. Me demoro varias cuadras más en darme cuenta que no era eso lo que quería escribir, y en la siguiente parada que hace el chofer, ensayo una corrección a la última letra. Ahora se lee ABORTA. Satisfecho, guardo el plumón.
Menos de un minuto se demora el chico que ha observado todo el proceso en tocarme el hombro y pedirme el plumón. Lo miro de reojo, la petición me entretiene. Se lo entrego y luego de un par de minutos me lo devuelve con un agradecimiento seco.
Una parada más y el chico se baja del microbús con prisa. Lo seguí con la mirada, supongo que lo juzgue bastante en mi cabeza. Sin siquiera oponer resistencia a la curiosidad, me cambio de asiento hacia atrás. En el respaldo del asiento donde yo estaba antes se lee TE AMO PAULA. Lo mismo en el asiento donde se sentó el chico, por lo que supongo tuvo que abrir las piernas para escribir grande el nombre de su amada.


Desde la ventana se pueden ver edificios, calles, paredes y fachadas pintadas todas de tonalidades pasteles, blancos o colores "neutros". Homogeneidad estética, campaña de "limpieza", cal por todos lados. Pareciera que en realidad todos quisiéramos decir algo de repente, y no importa que sea, si acaso nos parece válido o no el mensaje, o la forma, pero los espacios públicos exigen a gritos que la gente que transita, que vive en ellos, hagan notar su propia existencia. ¿Qué, si la necesidad de escribir es imperiosa? ¿Qué, si la opción alternativa es la neutralidad opaca? ¿Qué, si pudiésemos ser honestos, con apenas un par de rayas, con nosotros mismos y los demás, inmortalizar un pensamiento, un nombre o un sentimiento en la pared, el piso, el techo? ¿Qué, al fin y al cabo?
Un poco de color, por favor.

lunes, 16 de julio de 2012

Pavor (parte dos)


En la mitad de mi familia, que es evangélica, hay caos. Se dividen entre los que me conocen más y los que no tanto. De pronto soy motivo de disputa entre las hermanas, y mi madre se desvive en llamadas la noche que se da cuenta de todo. Lamentablemente esto de ser cortés y tener a todo el clan familiar agregado en mis redes sociales da para mucho. De paso, mis tíos y tías aprovechan a agarrar a largos sermones sobre cómo vivir la juventud a mis primos. Esto me lo confidencia una prima, que en plena etapa de adolescencia, de vez en vez me manda mensajes al celular. El de ahora me cuenta sobre la reacción escandalizada de sus padres y dice que quiere abrazarme muy fuerte. Le creo, siento que no me juzga. En mi casa, se armó un pandemónium delirante esa noche. Primero, de por qué tenían que enterarse por facebook. Segundo, de cómo había cometido semejante error, luego la rabia, los llantos descontrolados, la culpa –ese detestable sentimiento tan católico- y el silencio. Tengo veinte años de edad y el próximo mes cumplo veintiuno. Hace seis años y dos meses mi padre entra a mi cuarto borracho para amenazarme de muerte si confirma que sus sospechas son reales. Hoy, mi padre pega un portazo, cuando se va en silencio hacia la calle y no lo veo hasta dos días después. De vuelta, tiene los ojos cansados y pareciera que la edad le pesara como nunca, y las arrugas en su cara se ensombrecen más todavía. No comete ya el despropósito de amenazarme de muerte. Los snif snif van y vienen, y me abraza mitad emocionado, mitad tentativa de asfixia. Al día siguiente, mi hermana compra unos porros, que nos ponemos a fumar mientras escuchamos Pink Floyd, y nos reímos de cómo pelean nuestro perro y la gata en el patio. Escucho “It’s there anybody out there?” de pronto y me quedo en silencio, tengo los ojos inyectados y es difícil diferenciar por qué exactamente. Ella se da cuenta de todos modos y me abraza. Nos quedamos así, hasta que la gata se nos pasea entre las piernas. Nos separamos riendo, con sonidos de narices mojadas.
Una tarde me siento en el computador y le escribo a un activista de derechos homosexuales contándole brevemente mi historia y preguntando cuando supo él que era seropositivo, y cuál era el promedio de vida esperable. Podría averiguar esas cosas en Internet, pero prefiero preguntarle específicamente a él, para saber cuánto tiempo puedo permitirme ser un hinchapelotas político.
En la universidad, mis compañeros más cercanos se me acercan instantáneamente. Una amiga que a pesar de ser mormona siempre tuvo afinidad conmigo, se acerca llorando a abrazarme. Después de ver esa misma escena repetida tantas veces, tengo casi un protocolo sobre cómo actuar; le abrazo, le acarició el pelo y le digo al oído que no importa, que todo está bien. No lo está. Pero bueno, el protocolo parece funcionar. Como la población demográfica de la ciudad no es mucha, es propio de la gente tener siempre hambre y sed de noticias sobre la vida de otras personas. Los compañeros de mi carrera que no me hablan, de pronto me saludan, o me quedan mirando fijamente. En realidad, prácticamente todos me quedan mirando, inclusive los de primer año, que ni siquiera conozco. En clases, el profesor me aburre tanto que me insta al sueño. Sueño brevemente con agua fluyendo y me despierta la voz fuerte del profesor a mi lado. Despierto sobresaltado y lo miro con ojos que supongo reflejarían terror y lástima. Me mira como tentado de ponerme en ridículo frente al resto de la clase, pero se contiene, recapacita por alguna razón y apenas masculla un “no se duerma en clases”. Prosigue con su clase como si nada. Demoro algunos segundos en entenderlo todo, esta escuela tan ávida de telenovelas. Falto al resto de las clases ese día, llamo a mi amiga en esa gélida y lejana ciudad del sur, concertamos una cita en Skype y esa noche hablamos desde las 22:23 hasta las 02:35 del día siguiente. En el almuerzo de ese día, le comunico a mi familia que voy a congelar mis estudios un año, para repensar las cosas. No hay oposición, pero discutimos largamente sobre mis motivos y sobre lo que haría en el futuro próximo. Los tranquilizo con planes que en el fondo, no estoy muy seguro de querer concretar. Se agarran las manos mientras les hablo. Hace años que no los veía hacer eso.
Queda una semana para mi cumpleaños, congelé mi carrera hace seis días, y no he hecho más que pintar las paredes de mi pieza, vender artesanías en el centro y mirar películas volados con mi hermana. Hace dos días hablé con Mario, a pedido de él. Nos reunimos en un bar del barrio universitario, pedimos cervezas, la gente a nuestro alrededor grita, ríe a carcajadas, se saca fotos y una pareja en la esquina se besa como si no hubiera mañana. Mario me habla todo el tiempo con tono casi confidencial, inclinado sobre la mesa, obligándome a acercar mi cara a la suya para escuchar a cabalidad todo lo que quiere decirme. Esta nervioso, y cada vez que hablo yo, él bebe un trago de cerveza. Le explico cómo sucedieron las cosas, que no sabía quién me había infectado, que podría haber sido él, no estaba seguro, mal que mal me había acostado con otros tipos mientras nosotros estábamos juntos, ya no por el vulgar placer de la infidelidad, sino más bien por convicción política, desdén a la propiedad privada en las relaciones humanas, y toda esa faramalla anarquista del amor libre. Su cara se descompone, es difícil precisar exactamente que pasa por su cabeza. Mi memoria se fuga rápidamente a una escena ocurrida meses atrás. Yo, en su pieza, recostado en su cama, estoy fumándome un porro y bebiendo vino mientras veo televisión. Él entra a su departamento, abre la puerta de su habitación y me mira con sorpresa. Más que con sorpresa, con cara de culpa católica. Me sonrío y le pregunto que le sorprende tanto. “Recuerda que me hiciste una copia de llaves” le digo, y él sonríe tímidamente, deja su chaqueta sobre la cama, pone cara de recordar algo y se dirige hacia el living, buscando la maquina contestadora del teléfono de su casa. Escucha un par de mensajes y vuelve a la pieza a buscar una toalla. Me habla de que fue a beber con sus amigos después de ver el partido. Me río y le digo que Beni –Bernardo- llamó hace una hora preguntando por él, que se espantó cuando contesté yo y que colgó de inmediato. Su cara se puso un poco más blanca y la expresión de niño atrapado en medio de una jugarreta se acentúa. Me río de nuevo y le digo que es pésimo mentiroso. Tengo que levantarme para sacarlo de su repentina parálisis, lo abrazo con cuidado. Su camisa esta desabrochada, huele a sudor pero no me importa. Le repito al oído, como hiciese tantas veces antes, que no me importa, que de verdad no me importa. Se recuesta a beber y fumar conmigo. Vemos una película sobre surcoreanos condenados a muerte que entrenan dos años para asesinar a Kim II-sung, pero su misión se frustra por órdenes de sus superiores. Terminan todos matándose entre ellos. Las balas y gritos en coreano suenan en la pantalla mientras termino de desvestir a Mario. Cogemos hasta que empieza la siguiente película. Se duerme, y ya no tiene esa expresión de niño sorprendido. Su cara es pacífica, de cansancio. No puedo evitar sonreír. Apago la tele y me duermo junto a él.  
Pero en realidad él sigue ahí, con su cara desfigurada, tratando de digerir el mensaje completo. Parece haber tomado una decisión dentro de su cabeza, sobre cómo reaccionar ante mi repentina honestidad. No deja de ser interesante identificar cómo cada uno de los músculos de su cara se contrae retratando una fracción específica de su indignación. De pronto, todas las largas tardes que pasamos recostados juntos en las cuales le explicaba con paciencia las intrincadas construcciones teóricas que se desparramaban en cientos y cientos de páginas sobre la inviabilidad moral de considerar al individuo como un objeto apropiable dentro de una relación afectuosa, eran una vil mentira que podía ser resumida en una palabra de dos sílabas, una palabra que podía reflejarse en sus pupilas, que podía oírse resonar dentro de él, a pesar de todo el barullo a nuestro alrededor, a pesar del chico que nos retiraba las botellas vacías de cerveza y nos preguntaba que más íbamos a pedir, a pesar de los idiotas que derramaban cerveza en la mesa de al lado y explotaban en carcajadas, a pesar de la música ensordecedora que ahora tocaba ANN de The Stooges a través de esos parlantes sucios en las paredes, se podía oír su murmullo creciente, hasta salir con mayor seguridad de su boca, y formar un vocablo que parecía querer abarcarlo todo; PU-TA, PU-TA, PU-TA, PU-TA, PU-TA, PU-TA, PU-TA, PUTA PUTA PUTA PUTA PUTA PUTA PUTA PUTA PUTA PUTA PUTA PUTA PUTA PUTA PUTA incesantemente hasta atraer la atención de las mesas cercanas.
Quizás esperaba una respuesta apropiada en ese momento. Reconozco mi incapacidad para sobrellevar esas situaciones: “Tengo vocación por el placer ajeno” respondí. Botó una botella de cerveza a la mitad al levantarse de golpe de la mesa e irse del bar. Aún sobraba algo en mi vaso, y yo seguía con sed. No es de cerveza, o agua o semen o ron o todos los artificios de fantasía existentes para calmarla, ni aún una sensación que pudiese identificarse en mi garganta específicamente, pero es sed, sed al fin y al cabo.




domingo, 3 de junio de 2012

Cazabobos


Jenny Lessman dice:
:-P hello there
"En volá" dice:
hi sweetie
Jenny Lessman dice:
I am normally pretty shy, but a big fetish of mine is tobe watched & directed on webcam :-)
"En volá" dice:
i am normally pretty pervert but i prefer hot dogs
really HOT dogs
Jenny Lessman dice:
What is your favorite color?
"En volá" dice:
cock color
Jenny Lessman dice:
i love it babe, i wish urs was here so I can grab on it ;-)
"En volá" dice:
do u want to have a cock or something?
Jenny Lessman dice:
i love it babe, i wish urs was here so I can grab on it ;-)
"En volá"dice:
oh, so u are a machine
or a program
this is so awkward, its my first time with a machine
please be careful :$
Jenny Lessman dice:
ok.. i'm not a machine.. R u? lol what are we playing terminator roles?? lol
"En volá" dice:
that was clever jajaja
Jenny Lessman dice:
The reason that i ask is because I just got a bunch of new underwear for xmas so I wanted to wear a sexy pair of them for ya!?
"En volá" dice:
i got a lots of those too, wanna change?
Jenny Lessman dice:
Yeah im probably going to wear this tiny little black thong if that's ok with you? It's really small though.
"En volá" dice:
oh, i can fit in
Jenny Lessman dice:
Wowzers, just put them on and they are really tiny - Not sure if ill be aloud to take them back considering the state i am in right now  (naughty i know!!)
"En volá" dice:
yes, its naughty
Jenny Lessman dice:
Are you as naughty as I am?? if so you will be spanked ;-)
"En volá" dice:
damned! your programmer its a nasty motherfucker
Jenny Lessman dice:
Ok let me login to my cam (i think its working) and ill get us set up for a private session
"En volá" dice:
u might not understand
Jenny Lessman dice:
K its setup, go to: http://t.co/sJeuQSd and click join (Accept invite)  and let me know your user name and ill send u an invite
"En volá"dice:
im not THAT horny, what's your answer for that?
Jenny Lessman dice:
holy shit im wet right now, i got some toys...plz watch me play? I like when guys tell me what to do..
"En volá" dice:
im gonna tell u what to do, put a toy on your pubis area, use some glue to keep it still, then take a plane, come here, and fuck me with that.
Jenny Lessman dice:
there is no cost but keeps the young ones out and also makes sure im not recorded (would not be good for job interviews coming up)
"En volá" dice:
such a god damn pussy...
Jenny Lessman dice:
my pussy is nice and tight ;)
"En volá" dice:
cheer for your pussy.
Jenny Lessman dice:
does that link work i just set it up last week?
"En volá" dice:
i dont know, why should i use that link? what is love? baby don't hurt me, don't hurt me, no more...
Jenny Lessman dice:
Did u recieve ur username yet? Hurry up, these panties arent as black as they originally where ;-)
"En volá" dice:
im not pretty much sure about my username. help to choose one. option a) cock-sucker; option b) men-eater; option c) hole-digger.
Jenny Lessman dice:
Jenny
"En volá" dice:
lessman?
Jenny Lessman dice:
k once your in my room go private with me so we can talk just me and u ;-)
"En volá" dice:
is Lessman a jew last name?
Jenny Lessman dice:
Jenny
"En volá" dice:
this is funny, can u actually answer a random question without explote?
Jenny Lessman dice:
ok
"En volá" dice:
do u prefer Monet or Manet?

-fin de la conversación-






jueves, 31 de mayo de 2012

Pavor (parte uno)



Cuando me dieron el sobrecito, lo primero que hice fue mandar a la mierda todo mi discurso de odio recalcitrante contra la religión e ir a la iglesia más cercana para abrirlo. En realidad no era la más cercana, era de las pocas que me gustaban medianamente, porque nunca iba mucha gente y porque además era la única que conocía que tuviese un santo negro dentro de sus figuritas. Leí los resultados sin entender mucho. Los releí varias veces, a ver si había algún detalle técnico que diese cuenta de mi ignorancia sobre el tema y que significase, en definitiva, una interpretación completamente distinta. Pero no. 
Estuve varios días como en stand-by, como cuando las teles antiguas no sintonizaban un canal y se quedaban ininterrumpidamente transmitiendo puntitos negros y blancos que se movían emitiendo un sonido de estática. Después de comerme un flan en el casino antes de ir a una clase que ni siquiera recuerdo, sentí que mi antena volvía a sintonizar la señal, pero esta vez en otro canal. Me dirigí con el sabor dulce del flan todavía en la boca hacia un computador, tomé este aparatito tan tecnológico que tengo y que hace las veces de celular, le saqué una foto al examen que llevaba días en mi mochila desde que leí los resultados en la iglesia, y la subí a facebook, haciendo mofa de mí mismo; “Dale así no más, me decían. Sin condón es más rico, me decían”. Apenas publiqué la foto, apagué el computador y fui a buscar a la amiga que me acompañó en el viaje al norte, total, a ella no cabía esconderle nada. 
Llegué a su casa con un vodka, aunque no tomo destilados. Nos emborrachamos. Adivino que en algún momento lloré, luego de revisar mi cara en el espejo de su baño, a eso de las cuatro y algo de la mañana. Salgo del baño y la veo sobre la cama, con sus calzones verdes lima a mitad del culo, babeando sobre su almohada, las sábanas revueltas como si hubiésemos follado. Me recuesto a su lado, de espaldas, acurrucándome para abrigarme. Ella me abraza por detrás y nos dormimos así, en cucharita, con sus gatos grises saltando en sueños a los pies de la cama. 
Al día siguiente, no me despierta ni la alarma ni mi amiga, sino que una llamada a mi celular. Me demoro demasiado en encontrar mi pantalón por el suelo y la llamada se corta. “A la mierda” pienso, y me vuelvo a acostar. El celular suena estrepitoso de nuevo, mi amiga gruñe y se tapa la cabeza con su almohada baboseada. Salto de la cama, encuentro el puto celular y contesto sin ganas. Del otro lado, la voz exaltada de una amiga en Temuco me pregunta casi a gritos si es verdad o no. “¿Qué mierda?” grazno medio asustado por su tono de voz. “La foto que publicaste en face, el examen donde sale tu nombre”. Hago memoria de lo que hice ayer, de por qué amanecí casi en bolas en esa casita, de por qué tengo este sabor rancio a naranja química en la lengua y sobre todo, por qué diablos publiqué una foto de mi examen. Luego de uno o dos segundos haciendo un repaso por todo mi ejercicio mental de argumentación ideológica, confirmo el objetivo de mis acciones: “Sí, es verdad. Es cierto, el examen es mío, yo lo publiqué”. Por el celular se escucha nítidamente como a mi amiga se le hace un nudo en la garganta. Pregunta escuetamente por qué publiqué la foto. Le respondo que es una larga historia, que no estoy de ánimo para explicarle ahora, pero que ya me daría el tiempo para contarle todo, especialmente a ti, hago énfasis, especialmente a ti tengo que contarte todo cariño, pero ahora no por favor, que me sobrepasa un poco todo esto y todavía no tomo ni desayuno. Oigo unos sonidos húmedos, como esa onomatopeya de snif snif y ella repite un par de veces “¿Pero cómo? ¿Pero cómo?”. Apenas atino a pedir perdón y decirle que la llamaré más tarde. Cuelgo. Estoy en el baño frente a la ducha. Mi amiga que gusta de babosear la almohada, ya despertó y oyó toda la conversación. Desde la cocina me grita que esta prendido el calefón, con un tono casual como de madre que te pregunta si quieres pan tostado con mantequilla o pan con mermelada de desayuno. No le sale tan bien, pero se agradece el esfuerzo. Me desvisto, abro la válvula del agua caliente y me quedo debajo, con los ojos cerrados, inmóvil, hasta que varios minutos después oigo un nock nock despacio en la puerta del baño. “¿Estás bien?”.





Sin ayuda






“Caminemos” dijiste, tú sucia criminal. Te pudriste toda, a zancadas arrancabas de las excusas que te iba dando. Sostenía tu velo al son de arcadas por las alfombradas calles. Me cobrabas un pasaje tan inusual entonces, la consiguiente búsqueda de paciencia allí donde los vellos púbicos hacen nido de hombres. Te sudaba, una y otra vez, y la insistencia de inundar mis poros, ahogarme en tu sabor salado, como forzar lo que se expulsa, ¿Cuántos dedos tamborileaban sobre la mesa? Cogiste y cogiste ramos de flores que estrellaste en mi cabeza, “caminemos” decías, tú sucia criminal, volvías a llenar de epítetos las altas paredes, yo reptaba de espaldas desde las cinco y cuarto hasta las doce y pico, hora del beso culmine, dibujos a carbón de ángeles excitados sueñan contigo recostada, y tan abrasadora fue su indiferencia; nociva es tu voz retumbando en ondas elípticas por la habitación.
Ahí no quedaba mucha gente para mentirles, nadie iba a creernos de todos modos.