jueves, 31 de mayo de 2012

Sin ayuda






“Caminemos” dijiste, tú sucia criminal. Te pudriste toda, a zancadas arrancabas de las excusas que te iba dando. Sostenía tu velo al son de arcadas por las alfombradas calles. Me cobrabas un pasaje tan inusual entonces, la consiguiente búsqueda de paciencia allí donde los vellos púbicos hacen nido de hombres. Te sudaba, una y otra vez, y la insistencia de inundar mis poros, ahogarme en tu sabor salado, como forzar lo que se expulsa, ¿Cuántos dedos tamborileaban sobre la mesa? Cogiste y cogiste ramos de flores que estrellaste en mi cabeza, “caminemos” decías, tú sucia criminal, volvías a llenar de epítetos las altas paredes, yo reptaba de espaldas desde las cinco y cuarto hasta las doce y pico, hora del beso culmine, dibujos a carbón de ángeles excitados sueñan contigo recostada, y tan abrasadora fue su indiferencia; nociva es tu voz retumbando en ondas elípticas por la habitación.
Ahí no quedaba mucha gente para mentirles, nadie iba a creernos de todos modos.

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